Esta es una anécdota de mi hermano que, con pocas variaciones, se podría sin mentir contar de mí.
Durante un tiempo Bernard trabajó para el laboratorio de investigación de la General Electric, en Schenectady, Nueva York. Allí descubrió que el yoduro de plata podía hacer que cierto tipo de nubes se precipitaran en forma de lluvia o nieve. Sin embargo, en su laboratorio reinaba un desorden tan espantoso que un extraño podía morir de mil maneras distintas según con qué tropezara.
El oficial de la compañía encargado de la seguridad casi falleció de un infarto cuando vio esta selva de celadas mortales y trampas explosivas, y reprendió duramente a mi hermano.
—Si usted cree que este laboratorio no está en condiciones —le replicó mi hermano—, debería ver cómo está la cosa aquí.
Y se dio unos golpecitos en la cabeza con las puntas de los dedos.
Etcétera.
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